Dos pasos hacia adelante, uno hacia atrás. Si doy seis, retrocedo tres. Y si son 20, menos diez. Con cada paso que avanzo, más me doy cuenta de lo mucho que aún ignoro sobre el camino, de que por más que de mil pasos, lo que falta por aprender siempre se va a duplicar. Y contrario a toda ley universal, el horizonte se ve más distante a medida que camino hacia él. Y no sólo más distante, no. También más distorsionado, más etéreo. A medida que avanzo el camino se va desdibujando junto con el horizonte y todo lo que había a su alrededor, figuras geométricas apiladas, letras, casas, direcciones, fórmulas, fechas… todo desaparece a medida que avanzo, si es que así se le puede llamar, avanzar. ¿Es avanzar así no haya camino?
En ï¬n. Pero no da miedo. Cuando el horizonte es claro y deï¬nido, una línea perfectamente distinguible al fondo, se asemeja demasiado al borde de un acantilado donde se acaba la tierra, un ï¬nal perpetuo. La pérdida de horizonte en cambio me evoca la curiosidad de un niño que no busca nada específicamente, que anda sin prisa porque no quiere llegar a ningún lado, ni lo espera nadie en ninguna puerta. La pérdida de horizonte significa libertad. Si no hay meta no hay afán, si no hay promesas no hay desilusión, y si el camino es eterno el aprendizaje es el único propósito de cada paso, y un paso bien dado es todo lo que se necesita para poder dar el siguiente. Nutrir el alma y no el bolsillo. Qué utópico. Pero es que estoy segura de que si nos movemos por simple curiosidad, impulsados únicamente por la pasión y por el arte, sin buscar complacer a nadie más que a nosotros mismos y a nuestra intuición, siempre vamos a estar donde queremos estar, entregándonos al sublime acto de crear. Si caminamos con el único propósito de que ese paso, el que estamos dando aquí y ahora, sea dado teniendo en cuenta cada aprendizaje anteriormente adquirido, no veo razón alguna por la que algo pudiera salir mal. ¡Que vivan los errores que sin ellos no habría nada!
Es bastante simple la verdad, esa tal “fórmula para la felicidad”. La felicidad no es ni puede llegar a convertirse en una meta. Camina contento y estarás contento.
Gracias a la ENACC por ser mi hogar durante estos dos años, gracias a mis papás por permitirme recorrer este camino, y no obligarme a amarrarme los zapatos, ni a sentarme derecha, ni a pintar dentro del margen; por dejarme gritar duro, ensuciarme la ropa y escalar árboles. Por no decirme: No corras. Por comprar mis dibujos a 300 pesos a los 4 años, por leer y encuadernar mis cuentos cuando aún no podía ni escribir, a ustedes gracias por todo. Gracias a mis compañeros por hacer el camino entretenido, y a uno que otro por haber compartido el placer de crear y aprender juntos, y gracias a los profesores porque por cada dos pasos que di, me devolvieron uno, haciendo que el siguiente lo tuviera que hacer siempre mejor.
Que viva el arte, el amor desinteresado, y la irreverencia. ¡Que viva el cine!
Gracias.
Autora: Laura Echeverri «Arena Marena»